Los papas Borgia

La historia del papado durante la Edad Media constituye una sucesión casi ininterrumpida de acontecimientos dramáticos y de trágicos sucesos. Los papas eran atacados tan fieramente por los monarcas de los grandes imperios del norte de los Alpes como por los pequeños soberanos locales italianos o los barones romanos.

Los pontificados de Calixto III (1455-1458) y Alejandro VI (1492-1503) no deberían haber supuesto, de acuerdo con esta tradición, sino la adición de dos nuevos capítulos a esta prolongada historia de penalidades. Pues en Italia los papas «extranjeros» eran aún más duramente perseguidos y más brutalmente humillados que sus homólogos italianos. Sin embargo, fue precisamente el viejo y enfermo Calixto III el papa que fue capaz de imponer y mantener el orden en Roma y en el Estado Pontificio después del Gran Cisma de Occidente. Su sucesor de su misma estirpe, Rodrigo -el papa Alejandro VI- murió tras doce años de pontificado, que ha dado origen a la más floreciente y misteriosa de todas las leyendas papales, víctima de un atentado. No obstante, durante los años que ocupó el solio pontificio, cargados de hechos notables y de éxitos, gozó de gran estima entre el pueblo de Roma y fue elogiado por sus sucesores del siglo XVI, a pesar de lo escandaloso de su vida, como un gran papa.

En este libro -que no trata de ocultar ni de embellecer nada- se narra la rehabilitación de la Virgen de Orleans por Calixto III, los éxitos de su valerosa política oriental, así como las actividades de Alejandro VI como gran constructor y mecenas y como hábil diplomático en la lucha de las potencias europeas por hacerse con el control de la península italiana. El apoyo al descubrimiento del Nuevo Mundo, la condena de Savonarola y la salvación de Roma del saqueo se cuentan entre sus logros históricos. Proporciona así una imagen auténtica de la confusión reinante en el mosaico de estados italianos durante el Renacimiento y de las grandes conmociones europeas en los añ.os de transición a la Edad Moderna. Calixto III y Alejandro VI, Lucrecia y César Borgia aparecen -con su desbridado temperamento lo mismo que con la falta de escrúpulos que evidencian sus crímenes- como figuras representativas de aquella época.